[timeline_container title=»Obra»][/timeline_container]

El autodidactismo accionaba su excepcional intuición plástica, su fuerte mentalidad mediterránea y su pasión estética, siempre siguiendo las leyes de la Naturaleza “que es la manera de continuar la creación divina”. Su originalidad provenía no de un vano deseo de novedad, sino de “volver al origen”; no por regresión a los inicios del arte, sino por deseo de rehacer el proceso espiritual que llevó del menhir al obelisco, del tronco del árbol a la columna, de la cueva a la bóveda. Por eso no despreció insensatamente los estilos arquitectónicos, esfuerzo sumado de muchas generaciones, sino que los reutilizó vivificándolos y renovándolos, y nos ha dejado obras actuales árabes, mozárabes, barrocas, góticas, platerescas, y dóricas griegas. Con este entrenamiento y aquellas sabias directrices llegó al cosmicismo tectónico de la Casa Milà, al naturalismo paisajista de la fachada del Nacimiento de su gran Templo, al esqueletismo de la fachada de la Pasión y Muerte, opuesta a la anterior, y al bosquismo de las naves de dicha magna obra religiosa. A pesar de sus excepcionales aptitudes, tal cosa supuso un esfuerzo gigantesco; por eso dijo que “el hombre ha de sumarse constantemente, día a día, porque la inspiración no basta”, es sólo un punto de partida y la improvisación no produce nada profundo y estable, sino tan sólo fantasías.